Philip (Felipe) Bliss es muy conocido en el mundo de los himnos, entre otras cosas porque acostumbraba a escribir tanto la letra como la música de sus himnos. Venía de una familia muy humilde y desde temprana edad tuvo que salir a trabajar para ayudar con los gastos en la casa.
Su interés por la música comenzó cuando iba vendiendo vegetales por las calles de la ciudad, siendo un niño, y escuchó el sonido de un piano proveniente de una casa. Siendo muy pobre, iba descalzo y mal vestido, pero la curiosidad le movía a entrar a aquella casa para escuchar más de cerca. La mujer que tocaba el piano al verlo lo corrió inmediatamente, pero aquella experiencia quedó marcada en la vida de aquel niño.
Por lo general, Philip Bliss escribía sus himnos después de alguna predicación inspirado por algún versículo o historia que escuchaba en el mensaje. Una de esas historias que escuchó era sobre la guerra civil en Estados Unidos durante la década de 1860.
La historia relata que en 1863 un regimiento del ejército de la Unión (el ejército de los estados del norte del país) estaban siendo rodeados por el un batallón del ejército de la Confederación (el ejército de los estados del sur del país). La Confederación exigía al ejército contrario que se rindieran. La causa parecía perdida, y el aquel grupo de soldados de la Unión se iba debilitando cada vez más.
A pesar de tener todo en su contra, el regimiento de la Unión recibió un mensaje de parte del general Sherman, diciéndoles: “Mantengan el fuerte, ya voy”. Los soldados redoblaron los esfuerzos y se mantuvieron firmes hasta que llegó el general Sherman con su ejército y les salvó de la derrota.
Al escuchar la historia, Philip Bliss vio la similitud entre aquella historia y la vida del cristiano, en sus batallas en este mundo, pero con la confianza puesta en el regreso del victorioso Salvador, Rey de reyes y Señor de señores.
¡Camaradas! en los cielos
ved la enseña ya.
Hay refuerzos, nuestro el triunfo;
no dudéis, será.
«Estad firmes; Yo voy pronto»,
clama el Salvador.
Sí, estaremos por tu gracia
firmes, con vigor.
Nada importa nos asedien
con rugiente afán
las legiones aguerridas
que ordenó Satán.
No os arredre su coraje;
ved en derredor
cómo caen los valientes
casi sin valor.
Tremolando se divisa
el marcial pendón
y se escucha de las trompas
el guerrero son.
En el nombre del que viene,
fuerte Capitán,
rotos nuestros enemigos
todos quedarán.
Sin descanso ruda sigue
la furiosa lid.
¡Oh amigos! ya cercano
ved nuestro Adalid.
Viene el Cristo con potencia
a salvar su grey.
Camaradas, ¡alegría!
¡Gloria a nuestro Rey!
Fuente:
Historia del Himno en Castellano, por Cecilio McConnell