Biografía: Jaime Clifford

El escenario en el cementerio del pequeño pueblo de Kilbirnie, en Escocia, era profundamente triste. Un pequeño grupo de personas estaba reunido alrededor de la tumba de Juan. Apenas hacía cuatro días que ese mismo grupo de personas se había reunido en el mismo lugar para dar sepultura a la esposa de Juan, Inés. Entre los asistentes estaban los tres pequeñitos de aquella pareja que, en menos de una semana, habían quedado huérfanos de padre y madre: Inés, de 6 años; Jaime, de 4 años; y Juan, de apenas 1 año.

Así fue el comienzo de la vida de este conocido misionero de las tierras argentinas y gran escritor de himnos cristianos: Jaime Clifford. Nació el 6 de junio de 1872 en Escocia. Aunque su apellido es muy reconocido entre la alta clase social inglesa, la familia de Jaime era de la clase obrera minera y contaba con pocos recursos.

Tras la muerte de sus padres, los tres pequeños Clifford fueron a vivir con su abuela materna quien les cuidó con esmero y dedicación, a pesar de su avanzada edad. Para asistir a la escuela vestían ropas que les cosía la abuela, aunque tenían que ir descalzos ya que los zapatos eran un lujo. A pesar de los escasos recursos, Jaime fue muy sobresaliente en sus estudios, ganándose el respeto del director de la escuela, el Sr. Fulton, quien con frecuencia premiaba a Jaime por su buen desempeño y le animaba a que siguiera esforzándose en sus estudios.

La Biblia era leída diariamente en casa y, contra viento y marea, los niños debían asistir también a la escuela dominical. Desde pequeños aprendieron mucho sobre la Biblia y memorizaron capítulos enteros. Aunque con mucho conocimiento en las Escrituras, en Jaime no había una realidad en cuanto a su salvación.

La falta de dinero en la familia hizo que Jaime tuviera que salir a trabajar en las minas cuando tenía 12 años. El trabajo era extenuante. Comenzaba antes que saliera el sol y pasaba 12 o 14 horas a cientos de metros de profundidad. Salía de la mina cuando ya era de noche. ¡Solamente veía la luz del sol los domingos!

Jaime Clifford

En una ocasión casi muere en las minas. Mientras trabajaba en las profundidades de la tierra hubo un derrumbe y grandes rocas cayeron sobre los mineros. Al desprenderse, las rocas chocaron entre ellas sosteniéndose una a la otra y formando una pequeña cueva donde quedaron atrapados los trabajadores hasta que el equipo de rescate vino por ellos, varias horas más tarde.

Cuando tenía 18 años Jaime fue invitado por un amigo a una predicación del evangelio. El predicador habló sobre la pregunta de Dios a Adán: “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9). El mismo Jaime lo narra de la siguiente manera:

“Cuando descubrí que donde yo estaba era en mis pecados, y que me hacía falta un Salvador, seguí asistiendo a las reuniones, aunque éstas se celebraban muy lejos de casa. Una noche me quedé para conversar con los hermanos y Juan Brown, un paisano al cual yo había conocido toda mi vida, se sentó a mi lado. Me hizo leer Isaías 53: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas”, y me explicó que ese era un retrato de la humanidad entera. Me preguntó si era un retrato fiel, y tuve que decirle que sí. Luego me leyó las palabras: “Cada cual se apartó por su camino”, y me hizo notar que ese era un retrato individual. Uno va por un camino, otro por otro, pero cada cual se aleja de Dios. Tuve que confesar que yo había elegido mi camino y que iba por él. Entonces Juan siguió dicién­dome que hay en el versículo un tercer retrato, el del Hijo de Dios. “¿Te parece”, me preguntó, “que Dios, que ha dado tres retratos tan fieles de los hombres ha de ser menos fiel cuando describe a su Hijo?” Y entonces leyó: “Mas Jehová cargó en él los pecados de todos nosotros”. Allí estaba el retrato. Allí estaba el Señor cargado por Dios con nuestros pecados. Luego Brown me leyó 1 Pedro 2:24: “El cual… llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero”, y me preguntó cuál era la explicación de esas palabras. Con voz entrecortada por la emoción le contesté que significaba que Cristo había muerto por mis pecados en la Cruz. Que había muerto por ellos.

“¿Te parece”, me preguntó, “que Dios, que ha dado tres retratos tan fieles de los hombres ha de ser menos fiel cuando describe a su Hijo?” Y entonces leyó: “Mas Jehová cargó en él los pecados de todos nosotros”. Allí estaba el retrato. Allí estaba el Señor cargado por Dios con nuestros pecados
¡Recuerdo tan bien ese momento! No creo olvidarlo por toda la eternidad. ¿Podría ser tan sencillo el asunto? ¿Qué me acontecería si yo recibiera la oferta de salvación? Toda clase de temores y los rostros de muchos amigos empezaron a turbarme. La lucha fue intensa, pero salí bien, pues puse mi confianza en el Señor que había llevado mis pecados y había muerto por mí”.

El gozo que Jaime tuvo al saber que sus pecados habían sido perdonados no menguó con los años. En una esquina, cerca de su casa, se reunía un grupo de personas para predicar el evangelio y Jaime era uno de los fieles asistentes, e incluso, uno de los que también predicaba. Tenía facilidad de palabra, una capacidad que continuó desarrollando con el paso de los años.

Jaime siguió trabajando en las minas y leyendo la Biblia fervorosamente. Su crecimiento en el conocimiento de las Escrituras era evidente a todos. Durante ese tiempo se comenzaron a formar movimientos políticos en contra de todas las injusticias que se cometían hacia los trabajadores. Jaime era uno de los muchos obreros que apoyaba este movimiento. El partido laborista le ofrecía grandes beneficios y promesas al joven escocés. Había la oportunidad de hacer carrera política y crecer en estima y fama. La oferta era tentadora y Jaime lo pensó con diligencia. Después de unas semanas estaba decidido. La letra de un himno le terminó de convencer:

Tomo, oh cruz, tu sombra
para allí morar.
No tengo otro deseo mas
que tu rostro admirar.
El mundo dejo, y su placer,
a cambio de tu luz;
mis ambiciones vanas son,
¡mi gloria es la cruz!

Jaime quedó convencido de que la cruz de Cristo era su prioridad y que sus propias ambiciones en este mundo no ofrecían nada que fuera de valor eterno.

Jaime tenía ejercicio en la obra misionera por lo que hizo su primer viaje a Argentina en 1896 junto con Guillermo Payne y su esposa. Este país sería la residencia de Jaime por muchos años más, hasta que fuera llamado a la presencia del Señor en el año 1936.

Jaime Clifford fue un hombre instruido. Tenía don para las poesías y, muchas veces, escribía a sus hijos largos poemas (hasta con un buen sentido del humor) que narraban sus muchas experiencias en la obra del Señor. Pero, no solamente escribía poesías, sino que escribía himnos. Muchos de estos himnos fueron escritos de su propia mano y, otros, fueron traducciones de himnos en inglés. La calidad de los himnos de Jaime Clifford hace que éstos sean tan útiles el día de hoy como le día en que se escribieron.

Entre los himnos que escribió Jaime Clifford que están publicados en esta página tenemos:

Fuente:
Un hombre bueno, por Alexander Clifford T.

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